Tarde lluviosa, Cristina Pérez
Hoy hace día de pasar la tarde en el
cementerio. Hablando de mi día a día con los que ya se fueron,
contándoles cuánto les echo de menos, repitiendo una y otra vez lo
dura que es la vida y llorando mientras la lluvia también cae por mi
cara, ocultando así las lágrimas.
Sé que no me podrán escuchar ni
responder, pero mi conciencia se quedará mejor.
Algún día sabré qué hay después
de esa temida muerte y si se siente algo.
Mientras, aquí seguiré, haciendo lo que nadie hará por mí.
Mientras, aquí seguiré, haciendo lo que nadie hará por mí.
Dejo el pequeño ramo de flores encima
de la tumba y me levanto. Parece que ya se ha hecho tarde, apenas se
percibe algún tipo de luz aquí, sólo oscuridad.
Me encamino hacia la salida y oigo un
ruído detrás de mi, como si algo hubiese caído. Me doy la vuelta y
veo un pequeño paquete en el suelo. No sé que tendrá dentro. Me lo
meto en el bolsillo y me voy para casa.
Al llegar, observo lentamente la
pequeña cajita. ¿Qué será? La abro despacio, como si fuera a
haber una bomba dentro...
Todo lo que encuentro en ella es una
pieza de puzzle, parece que se trata de algo con humo, pero es una
parte muy pequeña para identificarlo.
Le doy la vuelta y por detrás veo
escritas unas coordenadas: 43º 22' 15''N 8º 23' 45''E. ¿Dónde
será? Busco en internet y veo que se trata de la plaza de María
Pita.
¿Qué habrá ahí? Mañana quizá
vaya; total, no tengo nada que perder.
A la mañana siguiente.
—¿A dónde vas, hija?―
pregunta mi madre.
—Voy hasta el centro, tengo que mirar
una cosa —respondo.
—¿Y puede saberse para qué?—dice.
—Pues para nada en especial, sólo
quería observar a un niño pequeño alejado de sus padres, ofrecerle
un caramelo, raptarlo y pedir unos cuantos miles de euros por él.
¿Te parece bien? —digo
seriamente
—¡Ay, hija mía, tú y tus gracias!
Está bien, lo he captado, no te incordio más. No vuelvas tarde.
—Vale, volveré pronto —digo
saliendo de casa.
Y esa es mi forma de evitar más
preguntas de mi madre; parecerá una tontería, pero si le sueltas
una cosa así absurda, al menos no proseguirá con todo el
interrogatorio de antes de salir.
Cojo un bus que me deje cerca de María
Pita y me apeo en la parada correspondiente. Cuando llego, observo
toda la plaza. No hay demasiada gente. Y no veo nada ni nadie
sospechoso que vaya a darme otra pista. Doy una vuelta por ella en
busca de algo. De repente, noto como me pego al suelo. ¿Qué pasa?
Vale. He pisado un chicle... ¡Qué cerdos! Si tenían una papelera
aqui al lado! Me agacho para despegar el chicle del zapato y de
repente veo debajo de la papelera otra pieza de puzzle y en el suelo,
hay escrita una frase: "En 'América' te hallarás y una cascada
verás". ¿Qué querrá decir esto? Pensemos... No puede
tratarse del significado literal...
¿Habrá alguna calle que se llame
América? No lo sé... Espera, si que sé... La glorieta América...
Y justo enfrente está la cascada del Palacio de la Ópera!! Sí,
tiene que ser ahí!
Me encamino rápidamente hacia allí, y
cuando al fin doy llegado, me acerco hacia la cascada. Esta vez miro
debajo de los bancos y las papeleras, pero no tengo tanta suerte como
antes. Me acerco hacia el agua y veo una pequeña bolsita flotando.
No lo pienso dos veces y la cojo. El agua está helada, se nota que
estamos en invierno. La abro, y veo que dentro hay ¡otra pieza de
puzzle! Junto las tres piezas, parece que hay una estructura metálica
en forma de arco, pero no me doy cuenta.
De repente, se acerca a mí un cachorro
de labrador, no sé de dónde habrá salido, pero parece que tiene
ganas de correr. Lo acaricio y entonces, el perro coge una de las
piezas y sale corriendo, como alma que lleva el diablo. Sin más,
salgo corriendo detrás de él. El perro se pone a subir como un
cohete toda la cuesta que lleva al parque de Santa Margarita y cuando
llega a lo alto de todo, al fin se para, suelta la pieza y se va.
Maldito perro. La recojo y me siento en unas escaleras a descansar un
poco. ¡Vaya carrerita!
De pronto, se pone a diluviar. No me
queda otro remedio que entrar en la Casa de las Ciencias.
Justo veo un letrero en la entrada
diciendo que hoy la entrada es gratis, ¡qué casualidad! Bueno, pues
entro.
Como era de esperar, hay bastante
gente. Entonces un niño pequeño aparece corriendo y se choca contra
mí. De su bolsillo cae una pieza de puzzle. Intento devolvérsela,
pero ya ha desaparecido entre la multitud. Esto parece un juego. La
pieza encaja perfectamente con las mías. ¡Cómo no me di cuenta
antes! ¡Es la estación del tren! Pues como no se me ocurre otra
cosa mejor, voy hacia allí.
Ya empiezo a notar el cansancio y
también los rugidos de mi barriga, se nota que se acerca la hora de
comer. Bajo las escaleras de al lado de la oficina de Correos y voy
hacia la estación. Como siempre, no veo nada que me pueda servir de
pista. Me acerco hacia las vías y me siento en un borde de la acera.
Parece que viene un tren allá a lo lejos. Noto una presencia detrás
de mi y en cuanto me doy cuenta alguien me ha empujado. No me puedo
levantar, estoy tirada en las vías y noto cómo el ruido del tren se
acerca más y más. Cierro los ojos, todo se vuelve negro y el ruído
cesa, ahora todo es silencio. Me siento como si estuviese en un vacío
infinito, flotando. Es una sensación incómoda.
Me despierto. ¿Qué ha pasado? ¿Qué
hago en esta cama? ¿Estoy en un hospital? Sí, sin lugar a dudas,
esto es un hospital.
Veo a mi madre sentada al lado de la
cama.
—Hola —digo
casi en un susurro.
—¡Oh! ¡Al fin has despertado!
—exclama casi
llorando.
—Pero que ha pasado? —pregunto.
—Llevabas unos cuantos días en coma.
Te encontraron inconsciente en el cementerio. Ya pensé que te
perdía...
—Vaya, así que casi todo ha sido un
sueño... Y casi sin quererlo casi descubro si hay algo después de
la muerte...—susurro
para mí.
—¿Qué dices cariño? —dice.
—Nada nada, cosas mías. Me alegro de
seguir en este mundo.
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